Thursday, July 21, 2011

Música favorita

Al llarg de la meva mísera "vida musical" com a aficionat, he sigut bastant sel.lectiu pels gustos musicals. Val a dir que he tingut preferència pels temes instrumentals, com per exemple, les bandes sonores de segons quines pel.lícules. Encara que alguna música clàssica també m'ha cridat l'atenció. A continuació, una llista de les "músiques" que m'agraden, una mica variadet (aniré editant segons recordi, o vagin surtint temes que m'agradin):

-Sweet Dreams, del Marylin Manson, al final la vaig acabar avorrint de tant escoltar-la però al principi era una de les meves favorites, potser la torni a escoltar que fa molt que no ho faig.
-Carmina Burana – O Fortuna, un dels cants més clàssics de la història, també va decaure en la decadència d’escoltar-la una i altra vegada...
-Parla, del Pere Espinosa, també en el seu moment m’agradava, crec que hauria de recapitular els meus gustos.
-BSO Saw, de Charlie Clouser, concretament el tema “Hello, Zepp” crec que es diu, és ja famosa en la saga de Saw i podríem dir al món del suspens i el terror.
-Danse macabre (Dansa macabra), de Charles-Camille Saint-Saëns, francès del segle XIX-XX.

-Astúries, d’Isaac Albèniz i la versió feta per Javier Navarrete en la pel.lícula Mirrors, protagonitzada per Donald Sutherland (24).

-Versió d'Astúries, pel pianista alemany Joja Wendt.
-Tema d’Alexia i d’una caixa de música del videojoc Resident Evil: Code Verónica X, i les seves altres versions dins del joc.
-Il barbiere di Siviglia (El barber de Sevilla) de Gioacchino Rossini, un clàssic.
-Primavera, Estiu, d'Antonio Vivaldi.
-Tema principal del videojoc Age of Empires 2.


-Tema principal de la sèrie The Walking Dead.


-Tema principal del videojoc God of War i altres temes seus.
-Cançons de System of a down (SOAD), en el seu moment les escoltava.
  • Toxicity
  • Aerials
  • Revenga
  • Chop Suey
  • BYOB
  • Hypnotize
-Algunes "heaviatades", com Nightwish, Epica, Apocalyptica (tres tios tocant el violoncel fent heavy metal)...

Compositors musicalment favorits:
Beethoven, Ludwig van (1770-1827)
Mozart, Wolfgang Amadeus (1756-1791)

El (juego del) pañuelo rosa (I) (escrit 26-6-2008 o anterior)

El (juego del) pañuelo rosa

En un momento dado de la vida de un muchacho como yo, una joven se fijó en mi. Yo no sabía ni tan solo nada de ella, así como tampoco sus intenciones hacia mí. Diciendo esto puede parecer que dicha chica se enamoró de mí, o al menos le gustaba. Sin embargo, lo que me ocurrió no fue así en absoluto. La chica a la que me refiero la desconocía por completo, pero quien sabe si alguna vez la vi o me la encontré antes sin darme cuenta por doquier.

Iba yo andando por la calle, bajo un sol abrasador de un intenso día veraniego. El calor era bastante insoportable y el sudor colmaba los poros de mi piel. No recuerdo bien adonde me dirigía exactamente, aunque no parecía que me preocupase demasiado, a pesar de que debiera importarme. Miraba al suelo de la calle concentrado donde observaba fijamente la sombra cuyos movimientos eran los míos propios. En la calle no se hallaba persona alguna, seguramente consecuencia del áspero calor que caía del cielo. A pesar de todo, me acercaba a la terraza de un bar con una sombra paradisíaca repleta de gente sin un hueco a ocupar. Proyecté mis ojos en ese oasis de frescura y me fijé especialmente en una chica de una impecable piel morena que vestía de corto y portaba colgado de su hombro derecho un bolso. Poseía unas preciosas piernas de esa misma piel tan maravillosa. Nunca olvidaré esa piel tan bella: se asemejaba a la más suave seda. Su figura era colmada y ornada por un liso cabello dorado; toda ella se hallaba de pie justo al lado de una farola, tras el gentío de la terraza del bar. Era muy bonito mi sueño viviente, pero como todo, tarde o temprano, se truncó.

Aún caminando hacia la terraza pero sin desviar la vista de la joven, observé fugazmente mi sombra fusionada con otra que provenía de atrás de mi espalda. Dibujado en el suelo, un objeto punzante vi asomarse tras mi hombro derecho. Me giré repentinamente alzando la mano como acto reflejo. Un hombre con un arma blanca en la mano se disponía a atacarme o, más bien, atracarme, aunque encima no llevaba mucho más que la cartera. La trayectoria del puñal se vió interrumpida por mi mano alzada anteriormente, desgarrándome la carne de la palma de abajo a arriba. Hoy aún tengo la cicatriz muy visible y distinguible. Herida mi mano, caí al suelo quejándome de dolor. El delincuente aprovechó la ventaja que había conseguido para patearme y robarme la cartera de los bolsillos posteriores del pantalón. Alcé un poco la cabeza, me giré y observé huir a ese sinvergüenza. Cuando tumbé la cabeza hacia el lado opuesto, hacia delante, me encontré unos pies que continuaban en unas piernas desnudas. Fijé los ojos arriba y la chica de piel de seda se encontraba ante mi desgraciada posición. Rápidamente la joven se ofreció para ayudarme, había visto lo sucedido. Se agachó.

―Chico, ¿estás bien?

―¡Ah! Mi mano...

―A ver, déjame verla. Te ha hecho un buen desgarre ese individuo. ¿Pero tú estás bien?

―¿Eh? Sí, sólo es la mano, pero me sangra bastante.

―¿Te ha robado algo?

―Llevaba la cartera. Creo que me la quitó.

―Ten coge este pañuelo.

―Pero te lo mancharé.

―Ven, te vendaré la mano. Tendrás que ir al médico para que te la cure.

―Muchas gracias, por ayudarme y tomarte esta molestia.

―No tiene importancia.

La chica muy amablemente me ayudó y pude tener contacto con su hermosa y sedosa piel. Me vendó la mano con un blanquíssimo pañuelo de una pulcritud que realmente atesoraba una belleza inigual asemejada a sí misma. Me levanté custodiado por ella y estuvimos frente a frente, cosa que no me hubiera imaginado minutos antes de lo ocurrido. Me olvidé de todo cuando la tenía ante mis ojos. Una brisa sopló tras mi espalda y me relajé, quizás demasiado. Cerré los ojos con un relajamiento somnoliento y cuando la luz impregnó de nuevo las retinas de mis ojos, ella había desaparecido. Estaba tan concentrado que lo ignoré todo. De repente, recordé la cartera, puse mi mano sana en el bolsillo donde la guardaba y ya no la hallé. Tuve que ir a denunciar el robo. Me dijeron que ya me llamarían para decirme algo, antes habiéndome pedido algunos datos personales y preguntando detalles del acontecimiento. Cuando salí de nuevo a la calle, sin saber qué rumbo tomar ni donde dejarme caer, pensé en como le devolvería el pañuelo manchado de mi sangre a la joven que me auxilió. ¿Cómo la encontraría? Sería difícil. Nunca creí que pudiera encontrarla en el futuro porque no sabía nada de ella. Sin embargo, después de otros futuros impensables acontecimientos la hallé, al menos, eso me parecía, pero esto ocurrió más adelante.

Al día siguiente fui al médico para que me hecharan un vistazo a la herida de la mano. Después de media hora de espera me antedieron y, una vez en la consulta del doctor, la mano fue revisada por un experto. Al salir, me había dicho que tendría que vacunarme del tétano por lo que le conté, al tratarse de un objeto metálico que quién sabe en qué estado podía estar y qué microbios pudiera haberme transmitido. Salí de las oficinas médicas ya que ya terminé mi estancia allí. Me aireé un poco.

Había estado pensando en la chica del día precendente al que vivía, no me acordaba de nada más, lo cual me costó un poco caro. En la chaqueta llevaba el teléfono móvil y de repente sonó. Descolgué y el mundo se me cayó encima cuando comprové quien era. Me había citado el mismo día del robo con la que era mi pareja sentimental, o mejor dicho, mi novia, Clara. No recuerdo bien donde teníamos que encontrarnos, pero hacía un día entero que ni me acordaba de ella y encima no acudí al encuentro que planificamos. Evidentemente se enojó y decepcionó conmigo. Le dije que le debía una explicación y que tenía una excusa válida bajo mi punto de vista, pero ella no aceptó que se la contara: “¡No quiero ninguna explicación! Si de verdad me quieres tanto ¿qué es más importante que no acudir donde nos citamos?” Le insistí, pero seguía cabezuda que no le contase excusas baratas. Dada su cabezonería, no tuve más remedio que recurrir al chillido: “¡Me atracaron, ¿vale?!”. Pero supo sobreponerse a la excusa que le dí, que era cierta: “Mientes...” A partir de aquí hablé solo. Colgó el teléfono y se pasó unos cuántos días sin darme señales de su vida. Intenté localizarla, la llamé incontables veces sin que el resultado fuera el esperado: o bien colgaba, o directamente no lo cogía.

Precisamente estos días que Clara me evitó, enojada aparentemente sin motivo creía yo, tenía hora para la vacuna. Intentaba solucionar el desentendimiento entre ella y yo pero sin obsesionarme. Además pensaba más en la otra chica que en Clara. Ese día de la vacuna pensaba todas las horas en ella. Cuando me pincharon con la aguja, estaba tan concentrado en ella, que me parecía un flechazo de Cupido en el brazo y no la vacuna. Califiqué ese sutilísimo dolor como un dulce pinchazo amoroso.

Cuando salí a la calle otra vez sin saber adonde ir, vagué por una calle que me resultaba familiar. Era la calle de mi atraco y al fondo se veía el bar con su terraza. Me acordé que la policía tenía que llamarme para decirme qué había sido de mi cartera: si la habían hallado o no. Pero eran tan lentos que aún no había sido llamado. Cerca del bar vi una sedosidad familiar. ¡Era ella! Mi auxiliadora. La veía diferente. Vestía diferente y además se tiñió el cabello de peliroja. No traje el pañuelo. Ni tan solo lo había lavado. Ni habiéndolo traído podía devolvérselo en esas míseras condiciones. Podía aprovechar, sin embargo, para pedirle algun dato que me llevara a localizarla para devolvérselo en un futuro aproximadamente inmediato. La saludé.

―Hola. ¿Te acuerdas de mí?

―¿Es a mí?

―Sí. ¿No recuerdas? Hace unos días...

―¿Quién eres?

―Vaya... Veo que no te acuerdas...

―Evidentemente, no te he visto nunca. ¿Qué te crees?

―No es que... Bueno quizás me he confundido. Pero juraría que eres tú quien me vendó la mano el otro día cuando me asaltaron en la calle cerca de este bar.

―¿No crees que si recordara semejante hecho te hubiera dicho que sí? Además un acontecimiento así según dices no es fácil de olvidarlo y yo me acordaría. Sigue tu camino y no me molestes más.

―Pero entonces... ¿Si no eres tú...? Y ahora cómo la encuentro...

―Que te vayas.

Vaya palo me llevé. Me desanimé muchísimo. Juré y aún sigo jurando que era ella, pero ¿por qué reaccionó de ese modo? Me giré de vuelta por donde vine y me puse a llorar, de decepción, de impotencia, de repudio inesperado... Aquella joven con la que tanto había pensado esos días y que tanta dulzura me mostró había cambiado como la dirección del viento. Más grave aún era la situación teniendo en cuenta el mal momento que pasaba con Clara. Ya no sabía qué hacer ni conmigo ni con nada. Ni sabía tan solo su nombre.

En ese preciso instante, el móvil sonó. Era la policía. Habían encontrado la cartera pero no al delincuente. Vacía, agujereada, sucia, como si la hubieran roido, me habían dicho. Ya nada valía la pena. No tuve ni ánimos de ir a identificarla. Omití ese trámite absurdo que no me llevaba a nada. Y me fui para casa. Todo se me giraba en contra.

Al día siguiente, Clara ya esperaba que yo me interesase por ella otra vez. Estaba dispuesta a olvidar, no obstante seguía algo enfadada conmigo. No la llamé, ni me interesé por ella, ni la perseguí, ni fui a su encuentro. Pero cuanto más tiempo transcurriera, menos paciencia tendría y el enfado aumentaría de nuevo dejándome otra vez con poca credibilidad ante ella y entre la espada y la pared. Deshecho. Así es como estaba, no me quitaba de la cabeza el encuentro rompecorazones del día previo. Pasaron los días. No me acordaba de Clara. Yo la quería, pero quería novedosamente más a la chica del pañuelo. Hasta tal punto habíamos dejado de saber del otro, que Clara dio el primer paso. Llamó:

―¿Abel?

―¿Quién es...?

―Yo... Clara. ¿Cómo estás...?

―Pues...

―¿Puedes venir? ¿O vengo yo?

―¿Aún estás enfadada?

―Aunque así sea, te echo de menos...

―Estoy algo desmotivado, desanimado.

―¿Por mí?

―Por todo.

―¿Qué te pasa?

―¿Quieres venir? Ven. Nos irá bien vernos creo.

―De acuerdo. Vendré luego. Hasta luego.

Ni una pregunta. Sorteé todas las preguntas que me hizo. Clara siempre me quiso. Pero en ese momento estábamos en punto muerto. Cuando uno de los dos caía y en la relación no había la comunicación suficiente el otro caía también arrastrado. Conversación telefónica con pausas largas, con pocas palabras. Tenía en la cabeza a una persona que no era Clara. Quizás si nos hubiéramos compenetrado más el uno con el otro e incentivado más la comunicación, esa situación no hubiera llegado, pero la irrupción de la joven de la piel de seda me lo trastocó absolutamente todo. Su reacción inesperada y áspera del reencuentro me dio un poco más de confianza en la relación entre Clara y yo, al detenerme en hacerme ilusiones en ella.

Finalmente Clara llegó, la observé por la ventana. Entró en mi casa. Prácticamente se impulsó sobre mí, abrazándome, pero yo no reaccioné. Bueno, tarde y fríamente. Le puse las manos suavemente en hombros y espalda. Caímos al sofá. Estuvo encima mío unos largos minutos y gozamos de un silencio relativamente adecuado. Se la veía dócil, dulce, a gusto. Miré por la ventana y vi a la chica. Derramé unas lágrimas intentando disimular discretamente. Ella se aferraba a mí sin mirarme la cara, los ojos. Apoyaba su mejilla en la parte baja de mi pecho. Sentía comodidad y con los ojos cerrados ofrecía una tierna imagen que por mi culpa quizás quedaría en el olvido de nuestros recuerdos casi agotados de alegría, ternura, amor...

Entonces, observé que incluso con sus ojos cerrados era capaz de derramar las mismas lágrimas por mí que yo no derramaba por ella. No obstante, me di cuenta de cuánto me amaba Clara. Pero me sentía de corazón de piedra con ella. Le acaricié una mejilla y mis dedos se mezclaron con sus sutiles lágrimas de sufrimiento. Creía que no llevaba a ninguna parte esa relación, quería desaparecer, pero no había tenido nunca a nadie como ella.

La alcé de mis brazos, se incorporó, me miró con una cara... Una cara tan inocente, tan tierna, tan inofensiva, sonrojada, invadida por las lágrimas del dolor. Dulce niña era en ese momento. Me fui a la ventana en búsqueda de la chica. Clara, al ver que me alejaba de sus brazos para dirigirme hacia la ventana, sorprendida, acentuó su tristeza extremadamente visible en su rostro delicado. Ella tenía una piel algo cándida y porcelanosa. La chica del pañuelo opuesta, pero era más reluciente. Error: me identificó la herida de la mano. Como todo el tiempo la había tenido tras sus ojos, que además en mayor parte habían estado cerrados, no la pudo observar. Entonces me preguntó:

―¿Qué tienes en la mano?

―Esto... Te lo dije. Me atracaron y me hirieron la mano con un puñal.

―¿De verdad...?

―Te lo dije, pero no me creíste. Me lo hicieron antes de llegar a la cita...

―Pero...

―¿Qué?

―Nada... ¿Por qué miras por la ventana?

―Por...

―Ya no te salen ni las excusas...

Silencio total. Machacante momento. Violento para ambos. Cogió sus cosas y se marchó volando. Impotente, derrochando lágrimas de ternura. Era y estuve como una piedra. Qué fácil hubiera sido desearla igual que a ella... Pero no eran la misma y para cada persona lo que se siente es diferente.

Bajé, la busqué. No la vi. Me senté en un banco de la esperanza y vi pasar gente hasta que...

L'agonia del passat (escrit 3-8-2008 o anterior)

L'agonia del passaT

Les pors

Surto de casa al matí i ells desapareixen, no deixen ni rastre. Poso el primer peu al carrer, miro a esquerra i a dreta: no els veig. Em sento tranquil, el neguit que sentia abans del primer pas fora del portal es calma. Em trec el mocador de la butxaca de la jaqueta i m’eixugo la suor del front. Començo a caminar. Peró quan més avanço, les pors em tornen a recórrer per dins. Novament el meu pobre front obre la porta a un degoteig de suor constant. A causa de les temences, el meu pas s’accelera. Però no només tant s’accelera, que dins de la mateixa acceleració en neix una altra que fa que el meu pas vagi sumant velocitat. Veig a tota la gent: caminant pel carrer com jo, esperant l’autobús a la parada, dirigint-se al vehicle personal, etc. Tots ells semblen tenir clares les seves intencions i els seus objectius del dia sense vacil.lar. En canvi, jo no tinc clar si després de cada pas que faig seré capaç de poder fer-ne un altre a continuació. Miro enrere. No veig res. Però no me’n refio gens dels meus ulls. Sé que hi són. Potser amagats hàbilment per tal que no pugui delatar la seva presència, tot esperant el moment oportú per actuar contra mi. A mesura que avanço, la situació empitjora quan la gent s’acumula en aglomeracions cada vegada més grans, una darrere l’altra. Així doncs, encara es converteix en més difícil per mi i més fàcil per a ells. D’altra banda, també els seria més costós d’arribar a mi. Contínuament els ulls m’enganyen: giro el cap, em penso veure’ls però ràpidament la imatge desapareix, com si fos una visió obsessiva dels meus ulls o del meu cervell. No puc moure’m per enlloc sense alliberar-me d’aquest torment. Ja no sóc capaç de distingir la realitat de la imaginació fictícia. Quan miro una persona no sé si és un d’ells o és una desconeguda, com jo gratament desitjaria. Per desgràcia la por em persegueix per tot arreu: ni al carrer, ni al transport públic, ni a la feina... Sembla com si un món de por m’hagi absorvit i res ni ningú pugui fer quelcom perquè estic sol.

Però això només és el principi. A la feina encara puc defugir les malevolences gràcies als companys, encara que no és que em facin massa cas, i a què treballant em distrec. El pitjor moment arriba a l’hora de tornar cap a casa. Enfosqueix, el crepuscle vespertí decau. El carrer que em durà a casa és buit i s’hi amuntega una obscuritat tenebrosa. Les faroles no funcionen. L’últim raig de llum és on em trobo en aquell moment. Dret, esperant un miracle, un camí segur cap a la meva llar, per refugiar-me de tot. Passen cinc minuts mentre em decideixo a fer el primer pas. Al carrer no hi ha ni una trista ànima pia. Tant que la necessitaria... De sobte, veig una taca més negra que la pròpia obscuritat en la infinita fondària del carrer. Certament, sembla més un pou sense fons que no pas un carrer urbà. Òbviament, amb la incògnita de la taca, que avança cap a mi, encara menys em mouré d’allà. El perill és imminent. La taca, que comença a definir-se, és molt a prop, però encara no arribarà a mi. La lluna plena, brillant, ja és present al cel. Sembla un refugi tan segur i hòspit que fins i tot el cargol de la closca més rígida i segura s’hi voldria amagar. Tal com em sento jo. Sóc el cargol, però sense closca. La meva closca és al fons del carrer. No obstant això, l’obscuritat, reforçada per la taca, m’hi separa. Això és. Temo que l’obscuritat, la taca, tot el que s’hi pugui amagar en ella, pugui trepitjar-me com el més cruel humà pot esclafar amb tota facilitat i a sang freda el cargol de la closca més rígida i segura de la faç de la terra. La taca s’atura. Es dirigeix a un costat. Com una guillotina, de la imponentíssima taca sorgeixen dos punts que brillen i que es fixen en mi. Què és aquella taca negra, fosca, malèvola? Emprèn de nou la marxa cap a mi. Es troba a escassament deu metres dels meus peus. Ha transcorregut un quart d’hora d’ençà m’he parat en l’últim raig lumínic d’esperança. La figura segueix avançant i li conto dues potes, però no me n’adono que en té dues més al darrere. A cinc metres de mi dels deu que li quedaven no en fa res, miola. La taca es tracta d’un gat negre, més que la foscor. Envaeix el meu territori de llum. El penetra i comença a donar voltes al meu perímetre. Me’l quedo mirant. Sembla com si m’estigui provant, investigant-me. Amb els punys fortament apretats, l’obscur gat s’apropa al meu peu esquerre, l’ensuma i s’hi ajau. Em dóna la sensació que la bèstia sorgida de la crua obscuritat es burla de mi. Dono un cop de peu per treure-me’l de sobre i, a causa d’això, emet un ferotge miol. Llavors, començo a caminar ràpidament per la negra ombra. Els meus ulls comencen a veure’ls novament, però desapareixen al moment. Per si fos poc, el gat, després d’allunyar-se uns metres de la meva presència, em segueix una altra vegada. Giro el cap i veig a la maleïda bèstia imitant el meu pas. A conseqüència, començo a cridar al gat:

¾No em segueixis! Vés-te’n d’aquí! Fuig! Fora, gat del dimoni!

Finalment, el portal de casa meva és a la vista, a pesar de la negror. Busco les claus, les trobo, les trec. Les introdueixo al pany, les faig girar, obro la porta, els veig per tot arreu alhora que desapareixen a l’instant. El gat maleït, a pesar d’haver entrat jo ja dins i d’haver tancat la porta, s’ha escorregut dins amb mi com el vent sense adonar-me’n. Encenc el llum de l’escala. Miro al fons. Uns derruïts esglaons, bruts, grisos, foscos, són l’últim obstacle que em separa del meu anhelat refugi. Només he de pujar tres pisos. Segueixo ignorant que el negre animal és dins. M’acosto fins al primer dels esglaons. El miro. És brut de pols, fa fàstic de veure i, a més a més, la meitat estan esquerdats. M’agafo a la barana, negra també. La paret, pintada de blanc, té clapes de pintura caiguda i, en algunes, s’hi observa el polsim blanquinós del guix. Lentament la meva marxa ascendeix, sempre agafant prudentment la barana cada cop que trepitjo l’esglaó següent.

Just quan em falten tres miserables esglaons, rellisco i amb l’altra mà m’ajudo recolzant-la a la paret, precisament on una clapa de guix s’hi troba. M’aixeco, em miro la mà i és completament plena de guix. Picant de mans m’espolso el guix; pujo ara sí ràpidament fins al replà de la porta de la meva dolça llar. El gatet puja esglaó a esglaó també tan prudentment com jo, sense presses, com si fos coix. No el veig. Obro la porta de casa. El gat arriba al replà i es dirigeix a la porta. Entrem tots dos com si dos bons amics fóssim. És tot fosc, però encenc el llum. Passo al rebedor. Segueixo. Arribo a la cuina, em trec la jaqueta, la deixo sobre el màrmol. Tinc sed. Agafo un got, obro l’aixeta i em refresco el pal.ladar merescudament després d’un altre dia com tants altres.

Com que estic cansat me’n vaig a seure al sofà, de color verd oliva. Em deixo caure tot desitjant la comoditat que aconsegueixo al prendre-hi contacte. Del rebot, les cames se m’alcen i, per la meva sorpresa, el gatet s’hi troba a sota. Evidentment, les cames han de caure per la força de la gravetat i, estant jo cansat, no tinc ni la més mínima intenció d’impedir-ho, la qual cosa és un problema per al gat. A l’impactar els meus peus al terra, aixafen la negríssima cua del gat, el qual deixa anar un brutal miol d’espant i de dolor. Tanmateix, l’espant gros és per a mi, ja que m’alço del sofà d’un bot amb el cor a cent. Ràpidament, els meus ulls, ara sí, veuen inconfusiblement la bèstia infiltrada al menjador del meu pis. Empipat, molest, amb la mirada del diable als ulls, treient foc pels queixals, maleint aquell emprenyador felí, l’agafo de la cua ajupint-me, però quan el tinc enlairat agafat per la cua, en un intent desesperat per alliberar-se, l’endimoniat gat deixa anar una urpa que em fereix la galta esquerra amb tres esgarrapades paral.leles. En tot el dia, no he tingut res tan clar com desfer-me de l’animal aquest. Vaig al balcó sense pensar-m’ho i el llanço balcó avall.

Per fortuna del gat, no sé si per la dita que diuen que cauen de quatre potes o perquè tenen set vides, se n’ha sortit. El gat, espavorit com mai a la seva vida, fuig carrer avall enmig de la foscor que s’hi alberga. Jo, per la meva part, me’n torno al sofà, on m’adormo profundament, vestit, amb el llum encés, però sense les sabates. Així és i ha sigut un dia de la meva vida.

La Contrabíblia (I) (escrit 28-10-2008 o anterior)

Prefaci

En principi, aquesta "creació" havia de tenir dues parts o capítols, la primera publicada a sota, i la segona, encara no escrita... i dubto molt que l'acabi fent. Aquesta segona part havia de constar d'uns sis episodis, amb el títol ja triat per cada un d'ells.

LA CONTRABÍBLIA

Veuquebaixadelcel i l’Arbre del Coneixement

Afers a l’Edèn

La creació: Adam i Eva

Hi havia una vegada, per obra i gràcia del Senyor, Adam, segons diuen fet a imatge i semblança de Déu. Per tant, sent o no curt de vista, Déu creà Adam. D’aquesta creaciò, de l’homenet que no tenia cap culpa de res, creà una companya per a ell. Destripant salvatgement una costella del seu delicat costellam, dissenyà Eva, la primera dona, havent adormit prèviament el pobre Adam, que després es despertà amb un terrible dolor a la zona superior del diafragma, a causa de la pèrdua de la costella estimada.

Tots dos humanets, innocents, perduts, pensen “On sóc, per l’amor de Déu?”. Llavors, Déu apareguè i digué:

―Benvolguts Adam i Eva, sou al paradís, al jardí de l’Edèn.―esperant que els donés les gràcies.

No obstant això, Adam i Eva pensaven de tot menys donar-li precisament les gràcies a l’individu que se l’hauria d’anomenar el seu “pare” o creador. Aleshores, Déu pensà:

―Vaja... pobrets, no coneixen encara... És normal són nous en existència i a la terra, al paradís.

La fam

Mentre Adam i Eva es perseguien l’un a l’altre buscant-se les pessigolles com si de dos nens es tractessin, Déu els cridà l’atenció per explicar-los una qüestió important:

―Adam, Eva, veniu aquí.―amb una veu pròpia d’Eco.

Els dos humanets s’aproximaren d’on descendia la veu i amb cara d’ignorants escoltaren:

―En aquest jardí trobareu tot el que us cal per saciar la vostra fam: animals que volen, que neden pel riu, que caminen sobre terra i cuques que s’arrosseguen, així com els fruits de tots els arbres, arbustos i plantes d’aquest preciós jardí.

Però Adam, ignorant, diguè amb innocència, per sorpresa de Déu:

―Fam? Què és això?

―Tenir ganes de menjar, Adam, fill meu. ―respongué Déu omnipotent.

―Menjar... No tinc fam, doncs. Gens ni mica. Tu tens fam, Eva?

La companya d’Adam respongué negativament, tal com havia fet ell. Llavors, Déu s’adonà que es descuidava d’alguna cosa: s’havia oblidat de dotar de gana els estómacs dels dos humanets innocents. Pensà:

Mecagondéu... Dic, recórcholis! ―dissimulant, ja que Déu és ell mateix― Quina enorme badada, he comès―. I així sobresaltat, Déu afegí gana als estómacs dels seus fills, Adam i Eva. Conseqüentment:

―Veuquebaixadelcel, Veuquebaixadelcel! Eva i jo tenim fam! Volem menjar, què fem?―digué Adam en un atac de gana, ingènuament i sense recordar el que Déu els havia advertit anteriorment.

Déu, arrogant, orgullòs, satisfet, els repetí amb un to de veu com si volgués dir “Veus, capsigrany, ja us ho havia dit que tindríeu gana. És que no em feu cas!”:

―En aquest jardí trobareu tot el que us cal per saciar la vostra fam: animals que volen, que neden pel riu, que caminen sobre terra i cuques que s’arrosseguen, així com els fruits de tots els arbres, arbustos i plantes d’aquest preciós jardí.

Aleshores els dos passarells digueren:

―Aaaaaaaaaah! Vet aquí la clau del misteri de la fam!―exclamaren a la vegada Adam i Eva.

I així, Adam i Eva aprengueren a alimentar-se per pal.liar la terrible fam que sofrien.

El primer pecat: la luxúria

No obstant això, Déu volgué deixar clara una cosa i puntualitzà:

―Però una cosa més Adam, fill meu: no em diguis Veuquebaixadelcel. Digues-me: Déu, Senyor o Papa, bé Papa no, que sona cursi.―corregí Veuquebaixadelcel, vull dir Déu.

―D’acord, Papa, dic Veuquebaixadelcel.―obeint Adam.

Deú esbufegà, però castigà la infracció irrespectuosa d’Adam amb la nit: prengué d’on havia desat les tenebres una part important de foscor i la superposà a la llum del dia durant la meitat del temps que durava aquest: dotze hores. Llavors, Eva remugà:

―Què has fet, capullo!? Ara per culpa teva ens hem quedat sense llum durant mig dia! Què farem aquest temps sense llum?―se sobresaltà fortament Eva.

―Ja ho tinc, Eva! Tenim dos opcions: dormir o...―digué Adam, com si hagués tingut la idea de la seva vida. Una idea que avui en dia encara dura: molts encara tenen el dilema de si dormir o... El que passa que molts, sobretot homes, no tenen elecció.

I així Adam i Eva aprengueren a usar el que no sabien com fer servir. Val a dir que de dormir, van dormir ben poc, però els va agradar bastant perquè es va fer de dia i encara estaven... Déu al dia següent veié Adam i Eva pecant terriblement.

―Però què feu pecadors de la pradera! Esteu pecant! Luxúria! He creat uns luxuriosos!―s’exaltà Déu.

―A sobre... Doncs no haver-nos fet així, tito! Ho has provat això que fem Eva i jo? A no que estàs sol... Tu t’ho perds, nen!―digué Adam en un to desafiant.

Aleshores Déu es desanimà, però creà una deessa per ell sol i imagineu-vos... El que passa que li va donar carbassa. El que fa l’enveja... (un altre pecat, d’altra banda).

Reprenguem la història: Déu els advertí que el que tenien entre les cames servia, en princpi, servia per una altra cosa:

―Nen i nena, fills meus: la meva idea era que fessiu servir això per evacuar les restes que el vostre cos no pot aprofitar més...―afirmà Déu.

―Doncs saps, Veuquebaixadelcel, li hem trobat un altre ús, esperem que no et sàpiga greu i ens comprenguis.―entonà Adam.

―Teniu moltes penques vosaltres dos.―s’indignà Déu, que tornà al cel. Bé, ell no, només la seva veu.

L’Arbre del Coneixement

Com que Adam i Eva havien decebut profundament a Déu, el seu creador els posà una darrera prova de confiança per mesurar la seva responsabilitat:

―Adam, Eva, vingueu!―ordenà Déu.

Qué hay de nuevo viejo? ―respongué Adam, en nom dels dos.

―Deixant bromes a part, Adam, fill meu, us tinc una novetat. Veieu aquell arbre d’aquell pujol? Doncs és l’Arbre del Coneixement, que posseeix el Saber, així com el Bé i el Mal. Us prohibeixo que mengeu del seu preciadíssim fruit.

―D’acord.―digué Eva.

―Per un arbre ens fas venir? No ens morirem pas per un maleït arbret.―digué Adam enfrontant-se a la paraula de Déu, tot menyspreant irrespectuosament el Gran Arbre.

Transcorregueren els dies i la prohibició de Déu als humanets els deixava molt intrigats i cada vegada que hi passaven per davant es reprimien ni tant sols de tocar-lo. Però arribà un dia que no pugueren pas reprimir més les seves ànsies. Quan Eva jeia a prop de l’arbre en qüestió, mentre Adam era per allà fent l’indi, una serp es desenroscà d’una de les seves esplèndides i meravelloses branques. La serp acostà el seu cap al nivell de visió de la humaneta Eva per temptar-la:

―Molt bon dia, Eva!―saludà la serp.

―Ui, qui ets tu?―se sorprengué Eva.

―Jo sóc una serp, Eva. Sóc amiga, no et vull fer pas cap mal. Però t’haig de confessar que us han involucrat en una injustícia molt gran.―advertí la serp.

―Per l’amor de Déu! Quina enorme desgràcia i quin gran disgust! I qui ens pot haver fet tal perjuri, benvolguda Serp?―preguntà espantada Eva.

―El vostre Sant Creador, estimada Eva. Oi que Déu us ha prohibit degustar els fruits de l’arbre d’on vora jaus?―explicà la serp.

―Sí tens raó. Adam i jo no vam pas pensar en preguntar el perquè, ara que ho dius, Serp.―afirmà Eva.

―Doncs jo t’ho diré, Eva. Adam també ho deu saber un cop t’ho hagi explicat. Déu us prohibí menjar de l’Arbre Sagrat perquè té por que, si en mengeu, sigueu com ell: assumir la immortalitat i els plaers divins! En realitat no tindrà cap conseqüència per a vosaltres. Només té por que el feu fora de la seva posició, és un egoista i ho vol tot per ell, Eva. Jo et recomano que en prenguis els seus fruits lliurement sense por de Déu, no podrà fer res contra vosaltres, un cop n’hagueu menjat d’ell, creu-me. Menja’n i, ràpid, digues-ho a Adam!―digué la serp, havent ensarronat Eva i havent-la ja convençuda per què violés la paraula de Déu.

―Si és així, realment, és molt dolent. Adam i jo no ho permetrem. Gràcies, Serp.―agraí Eva ignorant la mentida.

Tal com havia vingut, la Serp desaparegué d’entre les branques del meravellós arbre. La serp prengué la seva forma original i descendí als Inferns, ja que era el Dimoni, i l’innocent Eva no ho sabia, l’havia enganyat: sabia que l’ésser humà és dèbil davant la temptació. Oh, vès quina desgràcia!

Així, Eva procedí, un cop havent marxat el Dimoni en forma de serp, a profanar l’arbre amb les seves mans i robar d’ell un fruit que havia estat vetat per la voluntat de Déu. Eva agafà el fruit i el tastà. A la poca estona, veié Adam dirigint-se a ella i a l’arbre:

―Adam, Adam! He menjat de l’arbre prohibit.

―Però què dius, boja! No ens havia dit aquell que ni acostar-nos-hi?

―Sí, però ha vingut una serp molt amable i m’ha dit que ens enganya, que ho fa perquè té por que siguem com ell. Si en mengem no ens podrà fer res. Menja’n, Adam!

―De debó? Doncs aviam per provar, tampoc passarà res.

D’aquesta manera Adam i Eva violaren la paraula de Déu com si res, sense témer la cólera de Déu.

Atipats, es feu de nit i Adam i Eva se n’anaren a dormir. O no... Al dia següent, Adam tenia vergonya d’Eva i Eva, d’Adam, perquè anaven nus de cap a peus.

Mecagondéu! Eva, tapa’t que vas en pilotes, tia!

―Escolta’m, i tu què? Tampoc cal que miris tan descaradament.

Mentre discutien, Déu aparegué i veié la terrible profanació que s’havia comès, a la vegada que observava que l’un s’amaga de l’altre, degut a llur nuesa, així com també de Déu. Déu els preguntà:

―Adam, Eva, per què us amagueu entre vosaltres i de mi?

―Veuquebaixadelcel, no pensava mai que diria aixó, però... estem literalment acollonits d’anar en pilotes.

―M’heu traït. Us vaig donar un vot de confiança i no l’heu superat. No em deixeu cap altra més alternativa que expulsar-vos del paradís del jardí de l’Edèn. Però no només us expulsaré, sinó que també us imposaré uns càstigs que haureu de suportar la resta de les vostres vides. Al teu sexe, Adam, li recaurà l’haver de conrear la terra amb el suor del seu front per alimentar-se ell i alimentar els seus a la vegada que manté la seva esposa i els seus fills. Al teu sexe, Eva, li recaurà l’haver de sofrir uns dolors insuportables a l’hora del part, hauràs de fer-te càrrec dels fills i restar a la llar. També tindràs pànic a les serps durant tota la teva existència. I a tu i a tots els de la teva espècie, serp, portadora de la desgràcia, t’arrossegaràs i reptaràs sobre el teu ventre durant tota la teva existència.

―De puta mare, Veuquebaixadelcel! ―remugà Adam.

―Quina cagada... ―reconegué Eva.

―No teniem res a perdre, deies, no ens podria fer res... La pròxima vegada que parlis amb una serp recorda’m que em talli les orelles, que em posi a dieta o alguna cosa per l’estil, siusplau.

Després d’un silenci, mentre Adam i Eva es miraven resignats, Adam reaccionà amb aquestes paraules:

―Ara, Veuquebaixadelcel, aquesta te la guardo, ja te’n recordaràs de mi, ja. Si no sóc jo, algun fill o descendent meu ho farà per mi. Apunta-t’ho, xato, apunta-t’ho. Crearé una creença dins els meus per tornar-te-la i prendre’t l’arbre aquest tan guapo que tens en aquest parque que t’has muntat aquí. I a tota serp que veiem serà trepitjada. Al Dimoni, un cop aconseguit l’arbre, tindrà el seu moment de glòria. Que no pateixi ningú. N’hi ha per tothom. Si pringa Adam prigraran tots els que l’han perjudicat―protestà enèrgicament Adam.

I així és com Adam i Eva, enganyats pel Dimoni, foren expulsats del Sant Paradís i castigats per profanar el fruit sagrat de l’Arbre del Coneixement que Déu prohibí.

Epíleg

Explicat l'aclariment del prefaci, la continuació de la primera part narraria com, a partir d'Adam i Eva, expulsats, aconseguien, ja molt exageradament envellits, juntament amb els seus nombrosos descendents, enderrocar a Déu i recuperar l'arbre del coneixement, ridiculitzant la figura divina, tot amb una sèrie de peripècies "còmiques".